La conjuRación de los verbos
Hubo un momento en el mundo de las palabras en que, sintiéndose incomprendidas, vieron la necesidad de unirse y se rebelaron.
Poco a poco todas las clases se iban aliando, indignadas por ser tan mal tratadas en un mundo cada vez más separado de ellas y en el que las personas sólo las utilizaban para su conveniencia.
Faltaban los verbos. Eran los últimos que quedaban.
Entre tanta acción no podían parar y distinguir con claridad en qué situación se encontraban.
No les dedicaban tiempo.
Además, se resistían con vehemencia dada su mayor autonomía.
Hasta que, cansados, finalmente dejaron de ser conjugados y se unieron junto al resto de sus compañeras en estrecha y profunda conjuración.
Felices y fortalecidos por la alianza, se dispusieron a deliberar sobre la situación.
Comprendiendo el origen del problema, llegaron a un solemne juramento: solo puedes amar a aquel cuya esencia conoces y aceptas. Las personas han olvidado nuestra esencia. Sólo ante aquellos que nos amen entregándonos su tiempo, nos postraremos doblándonos para seguir sirviéndoles en continuado, recíproco y renovado amor.
Hasta hoy se siguen conjurando.
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